Definitivamente, el fútbol es un estado de ánimo y Mou, su
profeta. Estos días, observo a mis amigos merengues como motos, convencidos (al
menos de boquilla) de remontar ante el Borussia pese al 4-1 que el Real Madrid
encajó en la ida de la semifinal de la Liga de Campeones. Y me extraña, aunque
baste con leer el Marca o el As para entender el contagio del virus.
No seré yo
quien niegue los logros del técnico portugués. Sería miope y miserable. Están
en las hemerotecas y lo sitúan como uno de los grandes de nuestro tiempo. Su
trayectoria en el Bernabéu es, sin embargo, más cuestionable. Dejando a un lado
las maneras (o la falta de ellas) del luso, me sorprende esa defensa a ultranza
que los aficionados merengues hacen de su entrenador esta temporada después de
haber regalado la Liga al Barça a mitad de camino (sin pelearla hasta el final,
como marca la historia blanca) y estar al borde de la eliminación en la
Champions. Y todo ello contando con una constelación de estrellas del fútbol en
la plantilla. Es cierto que queda el partido del martes y que será el que
determine el fracaso o no de la temporada. Quizá muchos madridistas estén
esperando precisamente al final de ese encuentro (y el del Barça ante el
Bayern) para hacer sangre o no. En este escenario, me quedo atónito al ver que
el universo merengue apele más a la heroica y al pasado, que a la mejora de la
disciplina táctica, para superar a los alemanes. Si el Madrid quiere
encomendarse al espíritu de Juanito, que lo haga. Pero haría mejor en triplicar
las horas dedicadas a preparar un choque que el Dortmund se sabe de memoria.
Resumiendo: que una amplia mayoría de los blancos está con Mou y su cohorte
mediática pese a su mezquina apuesta liguera y al cara o cruz europeo.
Desconcertante. A sabiendas de que el balompié es un juego y de que un gol con
la espalda en el último segundo, un palo salvador o un penalti injusto pueden
determinar la gloria o la miseria en un suspiro, recomiendo a mis amigos
merengues que se lo hagan mirar. Y se lo dice un colchonero, gremio de
aficionados que, como es conocido, acude semanalmente al psicoanalista desde
hace décadas. De ese sabemos un rato.